Octubre: los hallazgos, los nacimientos y el DNA

Mi primer nacimiento fue en el día 22 del mes décimo, justo al atardecer y en un puerto. Por la línea paterna tenía ojeras y un destino apresurado. Por parte de mi madre tenía la serenidad y el color a arena humedecida. Han pasado muchos años, viajes y sabores desde entonces. He recibido las herencias en vida con el amor de quien se sabe correspondida y pertenencia.

Este final de octubre me encuentra con respuestas que no sé dónde ni cómo acomodar. Hace un tiempo di una muestra de sangre para que secuenciaran mi DNA, es decir, que leyeran mi libro de instrucciones genéticas, tal vez ahí había un guiño que pudiera explicar las muertes tempranas en mi familia. Una frase que nos dijera de dónde venía la sed. 

La palabra deleción apareció y se relaciona conmigo. Voy al diccionario como la herramienta conocida que me dé una pauta para empezar a explicarme. Me confundo y busco en la Rae delación, dice que la primera acepción de delación es llamamiento a aceptar una herencia. Mientras que en lenguaje jurídico su significado es revelación de datos que permite identificar al culpable.

Esta semana fui con la doctora a que me hiciéramos juntas la historia clínica y pudiera enlazarse con lo hallado en la secuenciación. Recorrí los nombres de las abuelas y los abuelos y sus dolencias, tuve que nadar entre los eventos de hospital que parecían tan lejos y mis propios tropiezos. 

Y entonces me dijo Deleción en DNAse1 y Trap1, ahí estaba el tropezón genético que podría ser la respuesta a los riñones niños y la sed. Me explicó que en papers esa delación se asocia con Lupus. Empezaremos una nueva travesía para ver si LES es el culpable de la orfandad y las cicatrices. No se sabe,

Diagnóstico a la inversa, me dice, algo de somático dominante. Escucho de manera fragmentada. Pienso en Antonia, mi abuela, joven, rodeada de sus hermanas, que se han quedado jóvenes por siempre. En mis primas Antonia y Lupita, que también se heredaron escapar de la vejez vía sus riñones niños. Me pregunto si tendremos la respuesta, o si estamos ante un espejismo.

Pienso en las hijas y los hijos que no tuve, en que conmigo termina esa herencia de la sed, pienso en la ciencia y en la medicina de precisión que me da caminos para cuidar a mi riñón nómada. Y me hago bolita entre imágenes y secuencias que todavía no hallo cómo acomodarme.

Y aquí estoy amparada por la escritura mientras confío en que el horizonte pronto se despeje y pueda mirar con claridad de nuevo.

Y muchos abriles después…

Este 3 de abril se cumplieron 41 años que desde el Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán levantaste las anclas y te hiciste a otro mar, Mario Robles Ossio, tus riñones había pasado factura.

 Yo esperaba en Xalapa alguna buena noticia, que volvieras tú y Cotita por mí y mi hermana.

Mientras dormía la siesta en casa de mis tíos te despediste, en ese sueño abrías la puerta del quirófano, era la primera vez que yo veía uno, y con bata verde te levantabas, caminabas hacia mí y me dabas un beso antes de explicarme que tenías que irte porque tu cuerpo ya no funcionaba, que tú no eras ese cuerpo, me decías que así como los plátanos los comemos y tiramos la cáscara, tu cuerpo era la cáscara y que siempre estarías conmigo.

Tenía poquísimos años, cuando desperté confirmé que ya no estabas físicamente, nacieron los días de acostarme boca abajo debajo de la cama para sentirme a salvo, de tener la certeza de que moriría joven porque decidía heredar tu destino y del miedo a que desaparecieras cuando dejaran de nombrarte.

Entonces apareció la escritura, ante la conciencia de que lo que existía podía no estar en el segundo siguiente, quise registrarlo todo, usar las líneas como lazos que atraparan lo querido y nunca lo soltaran, los diarios fueron y son mi lugar seguro.

Y así llegamos al diagnóstico, a creer que estaba hecha a tu imagen y semejanza. Repetir urea, creatinina, diálisis, fue sentirte temerosamente cerca.

También arribaron las herramientas para hacer un camino distinto, entender que mi circunstancia era otra, restaurarme desde reconocerme tan tuya como ajena.

Después del trasplante fundé en tu nombre, en enero, el mes de tu cumpleaños, vio la luz la Fundación. 

Mario Robles Ossio, a las personas les cuesta pronunciar tu segundo apellido, el de la rama materna, la que trae el sino de los riñones niños. Y aún me pasa que cuando alguien dice el nombre completo de la Fundación, algo en mí despierta, me asomo a un caleidoscopio donde te salvas de la muerte.

El logo es un roble azul con raíces profundas, un roble de agua, de cielo, de navegar constante.

Y aquí estamos en un 4 de abril, donde amanezco lejos del hospital y eso lo agradezco con cada célula. Y escribo desde la gratitud de entender una vez más la fuerza de lo que nos hace vulnerables.

Hace un año estaba en emergencias, con la bacteria ruda, a mi lado hablaba con una mujer con cáncer que era terapeuta, y me decía que ella no quería repetir la historia de su mamá que había muerto de cáncer en ese hospital. 

Mientras la escuchaba descubrí que era 3 de abril y estaba en el Instituto de Nutrición y que varios años había estaba ahí por una u otra razón, al ritmo del ir y venir de médicos y enfermeras me prometí que sería el último 3 de abril que llegaría al hospital y que ya encontraría otras maneras de honrarte.

Así que aquí estamos en este amanecer donde sonrío porque ver salir el sol entre los árboles, es ahora mi ritual particular para decirte “gracias por enseñarme a bailar y a ser agua y tierra firme en un mismo compás”. 

Gracias, Mario, a ti y a todos los que nos antecedieron, por iniciarme en el amor renal y la perfección que puede encontrarse en lo fallido, por llevarme a descubrir lo que es suficiente.

Kidnecito y la bacteria

Quien hace el ultrasonido dice que suenas como un gato enojado, Kidnecito, yo más bien te escucho como el oleaje en un día de norte, así me siento desde que empezó la fiebre. En un mes y algo más, dos veces ha aparecido, siempre en sábado y justo después de hacer ejercicio.

La primera vez llevaba solo 20 minutos en el rebounder, cuando sentí muchísimo frío y tuve que parar, me metí en la cama, empecé a temblar, el termómetro marcó 38 y poco después 39 y tuvimos que ir a Urgencias, ese es el protocolo para los trasplantados. Esa madrugada me fui de alta voluntaria porque me quería hacer una tomografía con alto contraste y no quería que nada dañara a mi riñón, y no me sentí segura porque no fue indicado por el equipo de nefrología, así que llevé un esquema antibiótico tomado por 7 días y listo, la fiebre se fue al tercer día.

Este sábado terminé de hacer remo ya en la tarde-noche y de nuevo ese frío apareció, me acurruqué y recé porque la temperatura no subiera, pero a las 11 de la noche ya estaba en todo su esplendor, tomé paracetamol, fui a hacerme análisis y empezamos antibiótico, indicado por el mejor infectólogo que conozco y que es el mejor de los mejores, Rafael Valdez, el lunes cuando llegaron los análisis me dijo que tenía que irme a Urgencias porque la infección era grande.

Así que me fui al Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán, de donde soy paciente, cabe mencionar que todo este tiempo también me había estado monitoreando mi doctor Correa-Rotter. 

El domingo mi mamá me manda un mensaje preguntando ¿cómo se encuentran, hija?, lo cual es muy raro, le digo de la fiebre, me marca de inmediato para contarme que soñó conmigo.   

En Urgencias, veo a Kidnecito, sé que está inflamado, me duele por primera vez y sé que una bacteria se coló hasta él, y tengo angustia e inhalo y exhalo, y trato de no dejarme ir en todo eso que estoy sintiendo, y al unísono, mientras la paciente del reposet de junto se convulsiona y alguien en el fondo grita, entiendo mi ausencia del Diario de la sed, porque aunque la escritura me salva, el Diario es la forma más íntima de exponer ahí donde soy vulnerable y cuando lo cotidiano me hace habitar el espejismo de una vida sin enfermedad, cuando estalla me descolocó.

Es lunes por la noche y volví a las batas de espalda descubierta, después de negociar un poco logramos que el tratamiento sea intravenoso y en casa, que me conecten 5 días más. Artillería pesada para vencer a esta bacteria escapista que aún no tiene nombre, lo sabremos hasta el jueves, si bien nos va.

No importa su nombre, porque ni bautizo merece, la destruiremos porque con Kidnecito nadie se mete. 

Y para mí tener un cuerpo de diez en esta temporada tan cercana del verano, no significa tener una figura escultural, ni unas pestañas de ensueño, sería tener unas venas gruesas y jugosas, anchas, plenas, bien dadas, donde las agujas fluyeran como el agua misma, como el líquido maravilloso que restaura el equilibrio perdido. Se traduciría en un espacio donde las bacterias no se salgan de control y todos los órganos vivan en armonía y haciendo lo suyo, así las prioridades de esta temporada, donde las pausas forzadas hacen que la sed sea de escribir y conectar.

Celebrar los nacimientos

Me cuestan los arranques de año, voy lento y sé que estoy de lleno en el siguiente ciclo cuando el calendario marca el día de tu nacimiento Mario Robles Ossio. Hoy que hace tanto frío en la ciudad de México me pregunto si cuando naciste hacía norte en nuestro puerto. Me imagino a la abuela Antonia dividida entre saberte vivo y despedir a tu hermana gemela que no alcanzó a arraigarse. 

Esta mañana te pensaba distinto, hemos evolucionado juntos en esta travesía de sed y hallazgos. Tu herencia, la de los riñones niños, me ha mostrado cómo de las pérdidas nacen caminos abiertos, inciertos y luminosos. Mientras me bañaba libre de catéteres y sintiendo el agua, volví a la sensación de ese primer sorbo largo después del trasplante exitoso, y decía ese es un regalo de mi papá.

Pues aquí estamos, buscando minutos y horas para trabajar en el tema renal, para trazar formas nuevas de vivir asimilando la insuficiencia hasta sabernos suficientes. Me parece tan extraño verme al espejo y reconocerte en ciertos rasgos míos y tuyos, saber que tengo más años que los tuyos cuando te fuiste.

Este 19 de enero celebro que Antonia y Ricardo sucumbieran a la pasión y de la forma más inesperada llegaras para enseñarme como ser un roble, un mar y un sol en un compás. Que me dieras la fuerza vital para Fundar y nombrarte. Hoy te regalo la certeza de que la enfermedad no nos detuvo, aquí sigues.

Estamos, de pie, felices de honrarte y ser descendencia.

La memoria: mi cuerpo

Ayer en la Conexión NEF tuve como invitada a Chío, una de mis enfermeras de hemodiálisis, hablamos de cómo hacer equipo entre profesionales de la salud y los pacientes para evitar complicaciones. De repente, sin darme cuenta cómo, abrí la puerta a los días de la isla de hemodiálisis. Pude sentir como se erizaba mi piel cuando hablamos de cuando se coagula el sistema, un cosquilleo en las pantorrillas cuando dijimos la palabra calambre. El hueco en el estómago al recordar a aquellos compañeros que ya habían perdido su corporeidad y volví a agradecer ser carne, huesos, fluido en reinvención constante.

Las semanas anteriores estuve e idas y venidas al Instituto de Nutrición, había sospecha de trombo, dolor en la pierna y donde está kidnecito, después de varios estudios, el tratamiento fue un anticoagulante leve y listo. Me cuesta trabajo externar cuando alguna complicación me pone en pausa. Me confronta ver cómo mi cuerpo no responde al ritmo que me gustaría, cómo se vuelve torpe y lacio de repente. Necesito los días para digerir esos silencios mientras hacen el ultrasonido o sacan sangre para leerlo y reconocerlo desde nuevos ángulos. Entonces rezo con todas mis fuerzas para que los miedos no crezcan.

Hay jueves del mes séptimo en que la pierna izquierda se desconecta y me caigo, hay jueves en que también me levanto con la otra pierna y con las manos que generosas me reciben y me dicen por dónde. Camino lento de la Unidad de Pacientes Ambulatorios de Nutrición al Laboratorio y voy agradeciendo cada paso. 

Este cuerpo que miro en el espejo está lleno de mapas donde el único tesoro es respirar, a él le agradezco hoy cada centímetro, cada sensación regalada y la magia de sus ciclos que lo hacen restaurarse. Hoy le nutriré con amor, respeto y pura cosa buena y rica 🙂 en su honor bailaré descalza, porque poderlo hacerlo es un privilegio que a veces olvido.

10 años

Ayer se cumplieron 10 años que mis riñones niños tomaron protagonismo. Antes de 2011 nunca imaginé que el tema salud ocuparía un lugar tan importante en esta vida. Hace una década que la enfermedad renal me enseñó el significado y las fugas de lo crónico. Ayer tuve un día full de trabajo, no hubo tiempo de comer, de repente me descubrí en las obsesiones de antes, la adicción a cumplir con el deber ser aunque a tramos me olvide de lo fundamental y ese ir y venir con mis tres riñones (los niños y el nómada -kidnecito-) de repente la luz sobre las montañas y las nubes cargadas me llevaron a otra ventana donde mis amarras eran otras, y sin decir agua va las imágenes de los días primeros del diagnóstico se precipitaron:

  1. Hora de dormir, al día siguiente entraré a quirófano para el primer catéter, no puedo cerrar los ojos, me hago bolita sobre el lado izquierdo, después me acuesto boca abajo, estas posiciones serán exiliadas durante un largo trayecto hasta que aparezca la fístula.
  1. El miedo al agua, es muy dulce el agua, no he dormido para no despertar con miedo y sin embargo él sigue aquí… decía uno de mis textos antes del diagnóstico y de repente ahí estamos, en el temor a que el agua humedezca los alrededores del catéter, el pánico a que el agua llene los pulmones, la falta de aire cuando la inundación hincha pies y manos.
  1. Es mi primera hemodiálisis consciente, tengo náuseas, siento que voy a vomitar, la enfermera se acerca y me dice que si quiero un riñón. Yo no entiendo nada. Claro que quiero uno, como todos los que estamos conectados. No contesto, ella se va y regresa, con un recipiente plateado con forma del órgano más deseado para que pueda yo vaciar ahí el estómago, entonces aprendo que un riñón también es uno de sus instrumentos de trabajo.
  1. Un impermeable rosa, con él me baño los primeros días, porque solo así confío en que mi catéter estará a salvo.
  1. Un vestido envolvente que compré un invierno en Francia, se llena de sangre en el pecho en la primera salida, descubrimos que el catéter tiene una fuga.
  1. Mi hermano con una mirada que nunca le había visto cuando es testigo de esa fuga persistente de sangre. Mi hermano dispuesto a darme su riñón.
  1. Mi mamá dormida en el sillón frente a mi cama de hospital, mi mamá alimentándome, mi mamá llorando cuando no me doy cuenta. Mi mamá deteniéndome cuando vuelvo a caminar. Mi mamá enseñándome cómo ser vulnerable.  
  1. En el consultorio donde el doctor nos dice que tengo insuficiencia renal terminal hay un cuadro donde se ve el mar. Cuau se vuelve líquido a mi lado y aun así me sostiene.

Con la definición de qué le pasaba a mi cuerpo, empezó este camino, donde aprendí nuevos lenguajes, donde las palabras tomaron sentidos diferentes a los que había sido hasta ese 28 de junio de 2011. Supe que era suficiente y sana, solo que tenía unos riñones niños que necesitaban de una máquina para dejarme seguir. Supe del amor renal, de las complicidades médicas y de lo que realmente es indispensable. 

Y así que este sexto mes, agradezco estos 10 años con una condición que me conecta con lo vital, con lo verdadero, con la plenitud de estar y agradecer este tiempo de cielos con presagio de tormenta que me deja saber que sea lluvia o sol todo estará bien mientras sea… Agradecer lo imperfecto, la incertidumbre, los temores, las bifurcaciones porque sin cada uno de ellos estaría incompleta y este martes que atardece me sé enterísima.

Gracias diagnóstico por entrenarme para lo impredecible.

Día 12: “Aletea, preciosa”

Estoy en casa pero no es el lugar que habito, los dos días anteriores la fiebre, la saturación y el dolor la convirtieron en un mar picado. Por suerte sé nadar, me repito como mantra.

Las madrugadas son rudas, hay una en que estoy convencida que la única forma de curarme es aventarme desde la ventana del cuarto, el bicho me confunde, después me da un ataque de risa y decepción cuando recuerdo los pocos metros que hay entre la ventana y el suelo.

Me vienen de memoria las crónicas leídas, los programas hechos, donde intentaba diseccionar su funcionamiento… y sirve, porque aun a mitad de no poder hacer nada, el conocimiento sigue siendo mi asidero para atravesar el temporal.

Hoy la fiebre disminuye y la saturación aumenta, y en mi cabeza solo suena esta frase de una canción de un programa de drags, “Aletea, preciosa”… y así aleteando me sacudo el miedo y confío en este cuerpo que vuelve a sacar la casta.

Gracias por sus palabras, por sus oraciones, por la fuerza de su pensamiento y cariño. Estoy flotando y sé que llegaré a buen puerto porque no voy sola, gracias por ser fuerza en esta travesía.

Día 10: oxígeno aún

Día 1: dolor
Día 2: fluidos
Día 3: adiós olor
Día 4: fiebre
Día 5: diagnóstico
Día 6: debilidad
Día 7: hipoxemia
Día 8: dolor y debilidad
Día 9: la bella durmiente

Mi aislamiento había empezado el 15 de marzo, 8 meses después hubo tareas que fue imposible posponer como la cita al dentista, porque una resina se rompió al principio de la pandemia y que meses después se volvió emergencia dental o algún trámite que necesitaba mi firma… El miércoles, 2 de diciembre, la prueba COVID dio positivo.

Al estar inmunodeprimida, no salgo sin cubrebocas, careta y gel antibacterial, el bicho está en todos lados. En esta ciudad que habito está haciendo su agosto en diciembre. Cuando supe el resultado, sentí una mezcla de culpa, coraje y miedo, en la misma proporción.

Lo más jodido de este proceso es que los contagiados nos sentimos responsables, por lo menos así lo llevé yo, seguro algo hice mal, no me lavé las manos en el segundo necesario, ¿me habré tocado los ojos debajo de la careta? Y repasé hasta el cansancio cada uno de mis movimientos y el momento del contagio pudo ser cualquiera.

Lo segundo era esa sensación de ir por una carretera nueva, llena de curvas y barrancos y que solo quedaba confiar en el auto (mi cuerpo) para llegar a buen destino. Estaba muy asustada de no saber si sabría pilotear bien para no quedarme en el trayecto.

Apenas hoy desapareció un poco la neblina mental y pude escribir. Ha sido una semana dura. El viernes terminé en el hospital, porque la saturación estaba bajita, ese hospital que conozco tan bien, el Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán, se había transformado, entré a la zona COVID, y sentí la soledad y el miedo profundo. Durante 4 horas recé todo lo rezable para que no me dejaran ahí, finalmente se me autorizó tratamiento ambulatorio.

Y aquí estoy conectada a la máquina de oxígeno, agradeciendo que hoy me reconozco más, aún la energía está bajita, pero vamos un día a la vez.

De los aprendizajes que me quedo es el del soltar el control y el juicio, sé que todos cuando sabemos de un contagiado queremos saber dónde tuvo contacto con el bicho, como si eso nos permitiera hacerlo mejor nosotros, e irremediablemente pensamos “seguro no estaba lo suficientemente aislado, o no se lavaba las manos, pero a mí no me va a pasar”. Es un mecanismo de sobrevivencia, pero lo real es que las cosas están ya tan fuera de control y nada es negro y blanco, no queda más que seguir haciendo lo que toca y seguirnos cuidando.

Quiero agradecer a mis amigas, por estar ahí para mí, por ser mi aire para respirar (literalmente), a mi familia por ser mi fuerza y a Cuau que siempre se la rifa. Gracias a todos los que se han preocupado por mi salud y han sido porra oficial.

Gracias a Kidnecito que se ha portado como campeón y a mis doctores que no nos han dejado solos. A mitad de este momento complejo que la creatinina esté en .9 me hace confiar y saber que esto también pasará 🙏

Hoy la sed es por recuperar los números que me dan la estabilidad.

¡Salud! Por cuatro años juntos y los que faltan

A estas horas, un miércoles de 2016, en Toledo, Ohio, Michael Rees escuchaba flamenco mientras hilaba fino para arraigar en mi vientre el pase de salida de la sed. Una tarde de otoño casi a un costado del río Maumee, en una caja blanca llegó Kidnecito. Por la mañana tuve mi última conexión a diálisis, no quería pensar demasiado, no quería despedirme del todo porque no sabía qué pasaría después de que entrara a quirófano.

Esta vez sería diferente, no recuerdo tener hambre, solo sentir una gran paz de que pasara lo que pasara habíamos hecho todo lo necesario para este trasplante; pasara lo que pasara no estaría sola, llegaba acompañada de toda la red que confiaba que nos merecíamos un happy end. La enfermera me puso las pulseras de colores que advertían mi alergia al vino y de la mano donde estaba mi fístula, Obi, Yuyi, Cuau, Susan y Katie me dieron besos y me fui al sentir como germinaba el sueño donde me descubría libre.

Cuando entro a una sala de operaciones siempre busco el reloj, como una especie de anclaje para que cuando despierte y pregunte la hora pueda establecer mis conclusiones acerca de si fue una buena o mala cirugía. Antes de deslizarme en la nube de anestesia leí 4 pm.

Del despertar inmediato solo tengo sensaciones, escucharme hablar en la lengua de Kidnecito y estar inundada de un amor tan profundo, tan pleno, tan inexplicable, que la única razón que hallo es saber que Linda Primas, mi donante que estaba en Wincosin, dio ese órgano cargado de amor, fe, dulzura y así fue recibido.

Este último año, Kidnecito me ha regalado 365 días libres de hospitales, muchos viajes a sitios de estaciones nuevas, bailes y proyectos hermosos. Aquel otoño no imaginaba que después de que la sed física terminó, la sed nueva me llevaría a construir naves y puentes para encontrar y unirme a la familia renal.

Cuatro años juntos y esta celebración me encuentra disfrutando la tarde con un vaso de agua enorme, preparando el taller de escritura que daré esta noche como una forma de agradecer esta permanencia, este pertenecer a la tribu de los amantes del agua, de los que pactan con el aire para poder seguir en la tierra. Marinando la conferencia de prensa de mañana para hablar del Exhorto que se presentó en cámara de diputados por la salud renal.

Gracias hoy y siempre a cada uno de los que creyó, sumó, aportó para que Kidnecito se palpitara en mi vientre, para que este riñón nómada me enseñara de las travesías con destinos ciertos.

¡Feliz aniversario renal a mí 🙂 !

Y también el dolor de lo fallido…

Hablar también de lo que nos avergüenza, de lo que nos duele y mirarlo desde fuera para que no encarne y crezca tan adentro que nos enferme y no hallemos alivio porque estemos ciegos para sentir desde donde hay que arrancarlo.

El fin de semana di una sesión sobre el Laberinto del diario personal dentro del Diplomado de memoria y discursos autobiográficos, lo disfruté mucho, no tengo cómo agradecerles a Laura y Efrén la invitación, porque me regaló la certeza de la labor del diario, mirarlo bajo otro ángulo y seguir descubriendo las múltiples posibilidades de esta poderosa herramienta. Me regresó a su cobijo, hoy que me es tan necesario.

Después del trasplante escribo menos, es como si me negara a volver a un espacio que me acogió en las partes más complejas, como si hubiera sedimentos de culpa en conseguir lo deseado. Pero este lunes amanezco con la urgencia de refugio y heme aquí. Llevo dos semanas que fluctúo entre el enojo y la tristeza, aunque trato de cada día equilibrarme mediante los  muy ensayados mecanismos para sobrevivir, agradecer, darme un pequeño placer cada día, perdonar,  amar, vincularme, lo cierto es que hubo una gran decepción, que el trabajo de dos años está comprometido porque alguien decidió ejercer una acción que pone en riesgo el tiempo, las ganas y toda la dedicación que un equipo ha invertido en volver sólido un proyecto que amo.

No importan los detalles, sino volver sobre el camino e ir desenmascarando los patrones, para enfrentarlos, para deshacerlos. Me descubro hablando de la perfección de lo fallido, de que cada falla tiene una razón de ser. Justo ahora aunque no lo veo, entiendo que este es el argumento que me salva de la locura. Y de repente hoy amanezco plantada en el trasplante fallido, en cómo me sentí culpable por el órgano perdido de mi hermano, en cómo asumí la responsabilidad de no sabía bien qué, para poder seguir de la mano de mis doctores, de cómo disculpé todo adelantándome porque no me podía permitir asumir que en ese fallo pudo no ocurrir, la predestinación fue mi gran coraza. Este verano salgo de ella, para activar nuevas formas de enfrentar lo que se repite.

Cuando la palabra me queda corta, me refugió en el diccionario, y dice la Rae:

falla1

Del lat. vulg. falla ‘defecto’.

1. f. Defecto o falta.

2. f. Incumplimiento de una obligación.

3. f. Avería en un motor.

4. f. Geol. Fractura de la corteza terrestre acompañada de deslizamiento de uno de los bordes.

Así estoy, averiada porque alguien faltó a su palabra, porque incumplió, fracturada y aceptando que este deslizamiento de los bordes está ahí y que este centro no volverá a ser el mismo, así perdone y asimile… esta es la magia de la vida, cada segundo estamos cambiando, solo que cuando el golpe es fuerte nos hacemos conscientes de la transformación.

Este lunes desperté y me di cuenta que yo no tuve la culpa de mi trasplante fallido, como tampoco soy culpable de lo que ocurre ahora, eso no me exime del dolor, pero me da un punto de partida para re-conocer por donde hay que echarse a andar, validando que esto que siento es verdadero y me encamina.

Día de aceptar las razones del dolor, la tristeza y el enojo, de permitirme decir sí me duele y sí me enoja, pero también de saber que esto pasará. De dejar que los sentidos detecten por dónde, de asimilar lo qué es ser vulnerable y desde ahí volver a confiar.