Y también el dolor de lo fallido…

Hablar también de lo que nos avergüenza, de lo que nos duele y mirarlo desde fuera para que no encarne y crezca tan adentro que nos enferme y no hallemos alivio porque estemos ciegos para sentir desde donde hay que arrancarlo.

El fin de semana di una sesión sobre el Laberinto del diario personal dentro del Diplomado de memoria y discursos autobiográficos, lo disfruté mucho, no tengo cómo agradecerles a Laura y Efrén la invitación, porque me regaló la certeza de la labor del diario, mirarlo bajo otro ángulo y seguir descubriendo las múltiples posibilidades de esta poderosa herramienta. Me regresó a su cobijo, hoy que me es tan necesario.

Después del trasplante escribo menos, es como si me negara a volver a un espacio que me acogió en las partes más complejas, como si hubiera sedimentos de culpa en conseguir lo deseado. Pero este lunes amanezco con la urgencia de refugio y heme aquí. Llevo dos semanas que fluctúo entre el enojo y la tristeza, aunque trato de cada día equilibrarme mediante los  muy ensayados mecanismos para sobrevivir, agradecer, darme un pequeño placer cada día, perdonar,  amar, vincularme, lo cierto es que hubo una gran decepción, que el trabajo de dos años está comprometido porque alguien decidió ejercer una acción que pone en riesgo el tiempo, las ganas y toda la dedicación que un equipo ha invertido en volver sólido un proyecto que amo.

No importan los detalles, sino volver sobre el camino e ir desenmascarando los patrones, para enfrentarlos, para deshacerlos. Me descubro hablando de la perfección de lo fallido, de que cada falla tiene una razón de ser. Justo ahora aunque no lo veo, entiendo que este es el argumento que me salva de la locura. Y de repente hoy amanezco plantada en el trasplante fallido, en cómo me sentí culpable por el órgano perdido de mi hermano, en cómo asumí la responsabilidad de no sabía bien qué, para poder seguir de la mano de mis doctores, de cómo disculpé todo adelantándome porque no me podía permitir asumir que en ese fallo pudo no ocurrir, la predestinación fue mi gran coraza. Este verano salgo de ella, para activar nuevas formas de enfrentar lo que se repite.

Cuando la palabra me queda corta, me refugió en el diccionario, y dice la Rae:

falla1

Del lat. vulg. falla ‘defecto’.

1. f. Defecto o falta.

2. f. Incumplimiento de una obligación.

3. f. Avería en un motor.

4. f. Geol. Fractura de la corteza terrestre acompañada de deslizamiento de uno de los bordes.

Así estoy, averiada porque alguien faltó a su palabra, porque incumplió, fracturada y aceptando que este deslizamiento de los bordes está ahí y que este centro no volverá a ser el mismo, así perdone y asimile… esta es la magia de la vida, cada segundo estamos cambiando, solo que cuando el golpe es fuerte nos hacemos conscientes de la transformación.

Este lunes desperté y me di cuenta que yo no tuve la culpa de mi trasplante fallido, como tampoco soy culpable de lo que ocurre ahora, eso no me exime del dolor, pero me da un punto de partida para re-conocer por donde hay que echarse a andar, validando que esto que siento es verdadero y me encamina.

Día de aceptar las razones del dolor, la tristeza y el enojo, de permitirme decir sí me duele y sí me enoja, pero también de saber que esto pasará. De dejar que los sentidos detecten por dónde, de asimilar lo qué es ser vulnerable y desde ahí volver a confiar.

Mi 20 de septiembre

IMG_8819

A estas horas hace siete años estaba aún en el quirófano, los doctores se empeñaban en conectar el riñón de mi hermano en la arteria de mi pierna derecha, pero no se pudo. Lo intentaron una y otra vez sin éxito. Afuera todos esperaban, ahora que sé lo que es estar del otro lado, contando los minutos para que avisen que el riñón está conectado, que ya se logró la primera gota de orina, que me ha tocado de alguna forma ser parte de la red de apoyo, agradezco a cada uno de los que estaban ahí afuera, pensándome, rezando, sosteniéndome. El milagro no apareció esa noche pero finalmente llegó.

Hoy hace siete años que mi Ray vive con un riñón, después de nuestra pérdida se quedó a vivir en esta ciudad enorme lejos del mar. Cuando despertamos en la madrugada del 21 nacimos a una realidad en la que aprendimos a reinventarnos, a hallar maneras de suplir eso que se quedó en la plancha. Volvimos a hermanarnos desde las cicatrices y la lección de un duelo que no supimos ni de donde llegó. Lo que amo de mi hermano es que no se toma demasiado en serio, que es desprendido y sonriente y cuando se asusta abre los ojos muy grandes.

Septiembre es el mes de los trasplantes y las donaciones. Los siguientes años me preocupaba el mes noveno, oía de trasplantes y yo no quería saber nada, por qué ¿cómo se celebra lo fallido? Año con año me inventé un ritual para sobrellevar este día: hacer algo nuevo para agradecer quedarme en la vida, para acordarme la importancia de respirar aunque la sed ahí siguiera.

En 2016, la historia cambió, un 20 de septiembre tomé un avión para ir al encuentro de kidnecito. Hace dos años me encontré por primera vez con mi Maga, con Katie, con Chuck, con mi familia renal. Una noche como esta estaba por meterme a la cama con el cuerpo estremecido de tanto asombro, había visto el atardecer sobre el río Maumee en Ohio y estaba en el trayecto final para llegar de nuevo al quirófano y abrirme a la posibilidad de recibir lo que me liberaría de la máquina de hemodiálisis, las agujas y sobre toda las cosas, de la sed.

Septiembre es el mes parteaguas, me sacude, me hace cuestionarme el rumbo, recordar los contrastes, me lleva a hurgar en mi fragilidad y desde allí descubrir la fuerza. Esta mañana fui a mi cita al IMSS para recoger mis medicamentos, ahí estaba frente a otra pesadilla, no hay Tacrolimus, me dicen en la farmacia. Se me encoge el estómago, tengo medicamento para 20 días más, hace 15 días que no surten. Dejo mi receta y dicen que me llamaran. Salgo y acaricio a kidnecito, le digo que estaremos bien. Pienso en los trasplantados, me pregunto si llegara el medicamento a tiempo antes de que empiecen los rechazos.

Vuelvo a la escritura para ejercitar el músculo de la confianza, para atajar los miedos con la luz de los días de agua dulce. Pongo la pastilla diminuta en mi boca y la trago al compás en que pido nunca esté ausente de esta casa.

Mi primer donante

WhatsApp Image 2018-07-30 at 22.02.11

Este fin de semana le hicimos análisis a mi hermano, cada año vamos al laboratorio para verificar que su riñón único trabaje bien. Este 23 de julio cumplió 31 años, cuando tenía 24 decidió cederme un cachito suyo para que yo pudiera seguir y aunque tuvimos un trasplante fallido su amor tan intenso y profundo me dio aliento para amarrarme fuerte a la máquina y seguir hasta que apareciera el órgano que se acoplara a mí y yo a él.

Esta tarde caminamos juntos y me asombra ver lo hecho que está, como ese trasplante nos cambió tanto, él se quedó a vivir en esta ciudad enorme y ahora transita por ella como si hubiera estado aquí desde siempre. Volvió a ser plantado para llenar de rayones y color los grises.

Cuando se acerca la fecha de los análisis, a veces tengo pesadillas, me asusta que algo no vaya bien con su función renal, mi alma descansa hasta que leo que la creatinina está en 1, urea y hemoglobina también en su sitio. Y de pronto me entran ganas de bailar, de agradecer y de llenarlo de besos y abrazos, aunque eso último me cueste.

Tres años después de su donación nació Constanza, su hija, otro de mis grandes amores. Desde chiquita supo que yo solo podía cargarla de a ratitos, que me dolía el brazo o la pierna o que yo estaba cansada, cuando pudo hablar me preguntaba «Marisol, ¿te duele tu brazo?». Esta semana vino de vacaciones y por primera vez en mucho tiempo pude cargarla muchas veces, mucho tiempo, darle vueltas y quedarnos solas porque yo estoy fuerte, porque la puedo cuidar sin que nadie tenga que cuidarme a mí 🙂

Así este lunes en que a veces sigo luchando con la imagen del espejo, en que voy aprendiendo que cuando descubro mi gesto de desaprobación por mis kilos de más de inmediato vuelvo a la imagen de Constanza en mis brazos, de este cuerpo haciendo cosas que parecían imposibles hace dos años, y agradezco y me doy todos los votos de confianza por esta salud que crece, que no se doblega ni aunque un resfrío le intente meter miedo, que me asombra cada mañana, cada noche.

Así este caminar a buen ritmo para hablar con mi hermano, descubrirlo, agradecerlo y amarlo. Gracias Ray por tu vitalidad, por tu risa, por tu generosidad, por tu pasión y locura.  Así este julio que se despide lleno de contrastes que me dan pauta para saber que detrás de los cielos cargados vendrá el agua que reconcilia.

Mi hermano

20130830-142333.jpg

Uno de los momentos más significativos del año más difícil 2011, no fue cuando mi hermano, Ray, me dijo que él me donaría su riñón, sino cuando estando los dos esperando para entrar cada quien a un quirófano distinto para el trasplante, yo estaba entre asustada, triste, en silencio, y él me empezó a contar un chiste, me hizo reír muchísimo y lo quise más que nunca. Gracias a él entré sonriente y tranquila a la sala de operación.

El trasplante fue fallido, pero esa es otra historia. Ray perdió su riñón y yo en ese momento perdí las ganas de seguir. Fue mi primer encuentro con la desesperanza. Después de salir de terapia intensiva, ya en mi cuarto, Ray llegó a verme, yo no podía mirarlo, sentía que le había quitado un órgano y que no había servido de nada, me costaba trabajo seguir luchando, no quería vivir, le decía que me perdonara. Entonces muy serio me dijo: Marisol, lo volvería a hacer mil veces más si pudiera.

Convalecimos juntos nuestra pérdida: él, la de su órgano; yo, la de la esperanza.

Mi hermano es desde siempre una de mis personas favoritas. Desde muy chiquito siempre rebelde, nunca se quería vestir (costumbre que aún practica), apasionado y sin demasiadas complicaciones.

Está lleno de tatuajes y no falta quien lo juzga o pide que se vista mejor para aceptarlo cuando esa piel llena de colores es el estuche del corazón más generoso que se pueda imaginar.

Es mi hermano chiquito pero él me proteje, si estoy con él me sé en paz. Ahora mientras lo veo descansar a mi lado en el autobús que nos lleva a nuestra casa de infancia, agradezco tanto tanto sus palabras, su entereza, esa ligereza con la que se toma la vida y comprendo que las lecciones de amor son ese aprendizaje que vamos tomando de a poquito, más allá de la intensidad, en esos diálogos sosegados que ocurren a mitad de los trayectos.