Celebrar los nacimientos

Me cuestan los arranques de año, voy lento y sé que estoy de lleno en el siguiente ciclo cuando el calendario marca el día de tu nacimiento Mario Robles Ossio. Hoy que hace tanto frío en la ciudad de México me pregunto si cuando naciste hacía norte en nuestro puerto. Me imagino a la abuela Antonia dividida entre saberte vivo y despedir a tu hermana gemela que no alcanzó a arraigarse. 

Esta mañana te pensaba distinto, hemos evolucionado juntos en esta travesía de sed y hallazgos. Tu herencia, la de los riñones niños, me ha mostrado cómo de las pérdidas nacen caminos abiertos, inciertos y luminosos. Mientras me bañaba libre de catéteres y sintiendo el agua, volví a la sensación de ese primer sorbo largo después del trasplante exitoso, y decía ese es un regalo de mi papá.

Pues aquí estamos, buscando minutos y horas para trabajar en el tema renal, para trazar formas nuevas de vivir asimilando la insuficiencia hasta sabernos suficientes. Me parece tan extraño verme al espejo y reconocerte en ciertos rasgos míos y tuyos, saber que tengo más años que los tuyos cuando te fuiste.

Este 19 de enero celebro que Antonia y Ricardo sucumbieran a la pasión y de la forma más inesperada llegaras para enseñarme como ser un roble, un mar y un sol en un compás. Que me dieras la fuerza vital para Fundar y nombrarte. Hoy te regalo la certeza de que la enfermedad no nos detuvo, aquí sigues.

Estamos, de pie, felices de honrarte y ser descendencia.

Día 12: “Aletea, preciosa”

Estoy en casa pero no es el lugar que habito, los dos días anteriores la fiebre, la saturación y el dolor la convirtieron en un mar picado. Por suerte sé nadar, me repito como mantra.

Las madrugadas son rudas, hay una en que estoy convencida que la única forma de curarme es aventarme desde la ventana del cuarto, el bicho me confunde, después me da un ataque de risa y decepción cuando recuerdo los pocos metros que hay entre la ventana y el suelo.

Me vienen de memoria las crónicas leídas, los programas hechos, donde intentaba diseccionar su funcionamiento… y sirve, porque aun a mitad de no poder hacer nada, el conocimiento sigue siendo mi asidero para atravesar el temporal.

Hoy la fiebre disminuye y la saturación aumenta, y en mi cabeza solo suena esta frase de una canción de un programa de drags, “Aletea, preciosa”… y así aleteando me sacudo el miedo y confío en este cuerpo que vuelve a sacar la casta.

Gracias por sus palabras, por sus oraciones, por la fuerza de su pensamiento y cariño. Estoy flotando y sé que llegaré a buen puerto porque no voy sola, gracias por ser fuerza en esta travesía.

Día 10: oxígeno aún

Día 1: dolor
Día 2: fluidos
Día 3: adiós olor
Día 4: fiebre
Día 5: diagnóstico
Día 6: debilidad
Día 7: hipoxemia
Día 8: dolor y debilidad
Día 9: la bella durmiente

Mi aislamiento había empezado el 15 de marzo, 8 meses después hubo tareas que fue imposible posponer como la cita al dentista, porque una resina se rompió al principio de la pandemia y que meses después se volvió emergencia dental o algún trámite que necesitaba mi firma… El miércoles, 2 de diciembre, la prueba COVID dio positivo.

Al estar inmunodeprimida, no salgo sin cubrebocas, careta y gel antibacterial, el bicho está en todos lados. En esta ciudad que habito está haciendo su agosto en diciembre. Cuando supe el resultado, sentí una mezcla de culpa, coraje y miedo, en la misma proporción.

Lo más jodido de este proceso es que los contagiados nos sentimos responsables, por lo menos así lo llevé yo, seguro algo hice mal, no me lavé las manos en el segundo necesario, ¿me habré tocado los ojos debajo de la careta? Y repasé hasta el cansancio cada uno de mis movimientos y el momento del contagio pudo ser cualquiera.

Lo segundo era esa sensación de ir por una carretera nueva, llena de curvas y barrancos y que solo quedaba confiar en el auto (mi cuerpo) para llegar a buen destino. Estaba muy asustada de no saber si sabría pilotear bien para no quedarme en el trayecto.

Apenas hoy desapareció un poco la neblina mental y pude escribir. Ha sido una semana dura. El viernes terminé en el hospital, porque la saturación estaba bajita, ese hospital que conozco tan bien, el Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán, se había transformado, entré a la zona COVID, y sentí la soledad y el miedo profundo. Durante 4 horas recé todo lo rezable para que no me dejaran ahí, finalmente se me autorizó tratamiento ambulatorio.

Y aquí estoy conectada a la máquina de oxígeno, agradeciendo que hoy me reconozco más, aún la energía está bajita, pero vamos un día a la vez.

De los aprendizajes que me quedo es el del soltar el control y el juicio, sé que todos cuando sabemos de un contagiado queremos saber dónde tuvo contacto con el bicho, como si eso nos permitiera hacerlo mejor nosotros, e irremediablemente pensamos “seguro no estaba lo suficientemente aislado, o no se lavaba las manos, pero a mí no me va a pasar”. Es un mecanismo de sobrevivencia, pero lo real es que las cosas están ya tan fuera de control y nada es negro y blanco, no queda más que seguir haciendo lo que toca y seguirnos cuidando.

Quiero agradecer a mis amigas, por estar ahí para mí, por ser mi aire para respirar (literalmente), a mi familia por ser mi fuerza y a Cuau que siempre se la rifa. Gracias a todos los que se han preocupado por mi salud y han sido porra oficial.

Gracias a Kidnecito que se ha portado como campeón y a mis doctores que no nos han dejado solos. A mitad de este momento complejo que la creatinina esté en .9 me hace confiar y saber que esto también pasará 🙏

Hoy la sed es por recuperar los números que me dan la estabilidad.

Y también el dolor de lo fallido…

Hablar también de lo que nos avergüenza, de lo que nos duele y mirarlo desde fuera para que no encarne y crezca tan adentro que nos enferme y no hallemos alivio porque estemos ciegos para sentir desde donde hay que arrancarlo.

El fin de semana di una sesión sobre el Laberinto del diario personal dentro del Diplomado de memoria y discursos autobiográficos, lo disfruté mucho, no tengo cómo agradecerles a Laura y Efrén la invitación, porque me regaló la certeza de la labor del diario, mirarlo bajo otro ángulo y seguir descubriendo las múltiples posibilidades de esta poderosa herramienta. Me regresó a su cobijo, hoy que me es tan necesario.

Después del trasplante escribo menos, es como si me negara a volver a un espacio que me acogió en las partes más complejas, como si hubiera sedimentos de culpa en conseguir lo deseado. Pero este lunes amanezco con la urgencia de refugio y heme aquí. Llevo dos semanas que fluctúo entre el enojo y la tristeza, aunque trato de cada día equilibrarme mediante los  muy ensayados mecanismos para sobrevivir, agradecer, darme un pequeño placer cada día, perdonar,  amar, vincularme, lo cierto es que hubo una gran decepción, que el trabajo de dos años está comprometido porque alguien decidió ejercer una acción que pone en riesgo el tiempo, las ganas y toda la dedicación que un equipo ha invertido en volver sólido un proyecto que amo.

No importan los detalles, sino volver sobre el camino e ir desenmascarando los patrones, para enfrentarlos, para deshacerlos. Me descubro hablando de la perfección de lo fallido, de que cada falla tiene una razón de ser. Justo ahora aunque no lo veo, entiendo que este es el argumento que me salva de la locura. Y de repente hoy amanezco plantada en el trasplante fallido, en cómo me sentí culpable por el órgano perdido de mi hermano, en cómo asumí la responsabilidad de no sabía bien qué, para poder seguir de la mano de mis doctores, de cómo disculpé todo adelantándome porque no me podía permitir asumir que en ese fallo pudo no ocurrir, la predestinación fue mi gran coraza. Este verano salgo de ella, para activar nuevas formas de enfrentar lo que se repite.

Cuando la palabra me queda corta, me refugió en el diccionario, y dice la Rae:

falla1

Del lat. vulg. falla ‘defecto’.

1. f. Defecto o falta.

2. f. Incumplimiento de una obligación.

3. f. Avería en un motor.

4. f. Geol. Fractura de la corteza terrestre acompañada de deslizamiento de uno de los bordes.

Así estoy, averiada porque alguien faltó a su palabra, porque incumplió, fracturada y aceptando que este deslizamiento de los bordes está ahí y que este centro no volverá a ser el mismo, así perdone y asimile… esta es la magia de la vida, cada segundo estamos cambiando, solo que cuando el golpe es fuerte nos hacemos conscientes de la transformación.

Este lunes desperté y me di cuenta que yo no tuve la culpa de mi trasplante fallido, como tampoco soy culpable de lo que ocurre ahora, eso no me exime del dolor, pero me da un punto de partida para re-conocer por donde hay que echarse a andar, validando que esto que siento es verdadero y me encamina.

Día de aceptar las razones del dolor, la tristeza y el enojo, de permitirme decir sí me duele y sí me enoja, pero también de saber que esto pasará. De dejar que los sentidos detecten por dónde, de asimilar lo qué es ser vulnerable y desde ahí volver a confiar.

Volar, despedirse

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Escribo entre flores, té y los acordes de Lágrimas negras, son los elementos mínimos para aterrizajes suaves, para travestir turbulencias y asomos de extravío.

El domingo desperté a las 8, poco después estaba en el aeropuerto, pensaba en que por tercer año consecutivo volaba en mi cumpleaños, que me sentía irremediablemente atraída por ese lugar de tránsito, donde los destinos tienen sala de abordaje, donde me gusta jugar a que con solo cambiar de sala puedo cambiar de destino. Del viaje me quedo con el trayecto, con esa sensación de estar suspendida, envuelta en azules, mi fetiche es sumergirme en ellos, llámese agua o cielo. Sentir el vuelo era mi regalo íntimo para este mediodía. Cuando apareció la ciudad en la ventana, vino el rumbo trastocado, esa ruta que casi me sé de memoria, no era la que seguía el piloto, cuando vi que nos acercábamos a una velocidad distinta a la pista, tuve miedo en tres parpadeos distintos, hicimos tierra con llantas quemadas y humo, pulso acelerado. Y a pesar de la voz del capitán que con voz entrecortada trata de decirnos la temperatura en la ciudad, no hay rastros de que haya pasado ese miedo, ese susto, desaparece apenas la piel deja el estremecimiento.

Esa tarde, mi suegro, el papá de Cuau, se vuelve aire, se siente un norte tímido que recuerda al puerto. Don José Rodríguez Domínguez eligió compartir conmigo el inicio de su nuevo ciclo, el de ser memoria, el de conquistar lo etéreo, el de surcar los aires hacia un espacio donde no hay temblores ni edades. Un domingo de norte se despidió de máquinas y líneas que quería anclarlo para confirmar su naturaleza libre.

Este 22 del mes décimo ahora nos pertenece a los dos. Este año, gracias a don José, mi suegro, el doctor, tengo las dos caras de la moneda: el principio y un principio aún más profundo, el que perpetua la memoria. Recuerdo la primera vez que lo vi, cuando él acababa de llegar de un viaje largo a Japón y se me acercó a decirme «hasta que te conozco» y yo, impertinente, como buena jarocha, le contesté «no era yo quien estaba de viaje», después me preguntó «¿eres más alta que Cuauhtémoc?» y yo, sin pensar, le dije «sin zapatos no», me miro hasta el fondo de la pupila y sonrió, yo casi salí corriendo. Al principio quería confesarme muda ante ese hombre cultísimo, imponente y perfecto. Cuando supo que mi lugar de nacimiento era Veracruz, me fue concedida una cierta complicidad, le gustaba decirme dónde estaban los comercios cuando era niño, hablarme de comida y de Xalapa, donde estudió la preparatoria.

Mi suegra decía que él y yo nos parecíamos. Que ella era de mayo como Cuau y del signo Tauro, y mi suegro y yo de octubre, Libra. Él me recitaba poemas de memoria, y disfrutaba que le contara una y otra vez que a mi amigo Ramón Rodríguez, poeta cordobés, le gustaba leer su columna que publicaba en un periódico xalapeño.

Hay muchas imágenes para honrarlo pero este día de duelo me quedo con estas, las mías:

-Cuau y él comiendo una torta en Córdoba en un viaje rumbo a Veracruz.

-Nosotros en un barco a mitad del Nilo, llenos los ojos del desierto y mientras vemos el mapa, mi suegro nos cuenta historias para darle humanidad a la geografía.

-Él, un invierno en Toledo, platicando con un barrendero, preguntándole sobre su vida.

-En mi fiesta de cumpleaños quedándose para platicar con el esposo de una de mis amigas.

Él recreando sus viajes para nosotros, llevándonos a través de esos lugares y esos años con el arte de sus palabras.

-Él con sus nietos. Él, con Itzel, su nieta mayor, dormida sobre sus piernas. Él, sonriendo al oír cantar a Sofi. Él, diciéndome lo bien que escribe María. Él, sonriendo al ver jugar a Andresito. Él, pidiéndole un abrazo a Nathán. Él, llamando a Viena.

-Una noche de sobremesa, mientras esperamos a que Cuau llegue del trabajo, me suelta que él y yo somos unos suertudos. Me cuenta como caerse de un árbol le cambió la vida, me dice que él era zurdo pero no lo dejaban escribir más que con la derecha y como no lo hacía rápido lo tenían en la fila de los que no aprendían. Y como, cuando le entablillan el brazo derecho, le permiten escribir con el otro, y así se dan cuenta que era brillante, entonces todo empieza a ir bien para él.

-Mi suegro preguntándome por Cuau, diciéndome lo inteligente y brillante que es.

-Mi suegro preguntando: ¿Qué te pareció el vino, Cuau? Marisol, ¿qué hay de nuevo en Veracruz? Marisol, ¿viene Cuau contigo, a qué hora llega?

-El dormitar de mi suegro, vestido impecable, deteniéndose de su paraguas, mientras va a cuidarme una tarde en que estoy en el hospital.

Ayer lo despedimos, ayer día del médico, porque no podía ser de otra manera. A él le agradezco haber traído a la vida a mi compañero de viaje, haber educado a un hombre amoroso, leal, inteligente, sensible y entero, haber escrito en su ADN lo necesario para entender mi jarochez, mis ganas de viaje y mi fijación con los nortes. A mi Cuau lo abrazo fuerte, aquí estoy para acompañarlo en este año de duelos y le agradezco infinitamente el honor de dejarme sentir cómo es pertenecer. Otoño de volar y dejar que las lágrimas hagan lo suyo.

Temblar

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Un cuarto piso en las oficinas de un periódico, estoy en el centro, el suelo vibra, alguien grita está temblando, no conozco bien este edificio, no sé las rutas de escape, nada está en su lugar, somos móviles, frágiles, piezas dentro de una licuadora, no entiendo cómo alguien me guía hasta una columna, tampoco sé porque lo único a lo que me aferro es a mi computadora que llevo en brazos y al celular, esto no para, se pone más fuerte, los sonidos anuncian que empeora, veo una luz, es el cubo de la escalera, quiero correr, pero no puedo, pienso ¿de verdad así se acaba todo? Justo ahí siento la mano de mi amiga Regina, está a mi lado, y sé que no ahí no se acaba, que estamos juntas, vivas, respirando.

Cuando el movimiento cesa, quiero salir de ahí, nada está en su sitio, se huele lo roto. El de la brigada anuncia que no podemos salir hasta que revisen que no haya daños, que nos mantengamos en la columna por si vuelve a temblar. No quiero estar ahí detenida si vuelve a temblar, no me alcanza el aire, solo saber que Regina está ahí me hace no doblarme, no enloquecer, son unos minutos espesos, enormes. Cuau me escribe, me pregunta si estoy bien, le contesto que no, que quiero salir de ese edificio. Avisa que va por mí. Pienso en la gente que está en hemodiálisis, en los hospitales, ruego que estén bien, que no haya fístulas infiltradas, catéters lastimados.

Por fin, nos dejan evacuar, salimos a un sol intenso, seco. Somos muchos y tienen que contarnos, piso por piso, Regina me va diciendo las instrucciones, yo la sigo, trato de sonreír, no sé bien porqué, como si actuar en equilibrio me fuera a devolver el interno. Ella busca saber que sus hijos están bien, admiro más que nunca su entereza, estamos en modo hacer lo que corresponde. No sé cuánto tiempo pasamos ahí, llega Cuau. Tenemos que ir por los sobrinos a la escuela pero no hay transporte y el tráfico detenido, empezamos a caminar.

Y es ahí cuando vemos el tamaño del sismo, nos seguimos sacudiendo a cada paso pero no paramos, las banquetas están rotas, los postes desmoronados, los edificios separados de la banqueta, las zonas acordonadas, y la gente… camina, corre, habla por teléfono y la pregunta que rige es ¿está bien mi mamá? ¿Ya tienes a los niños contigo?

Mientras recorro estos 8 kilómetros que nos separan de casa, cuando veo el concreto cuarteado, agradezco la vitalidad de kidnecito que me hace seguir, no pararme, tener la energía para mantener el paso. Llegamos a casa, está entera, aunque todo fuera de sitio, me sorprende ver el librero a punto de caerse, los frascos rotos.

Tenemos que ir al cajero porque no tenemos efectivo, pensábamos ir hoy al súper, no hay mucho en el refri ni en la alacena, Cuau tiene hambre, pero no hay cobro con tarjeta en los pocos restaurantes abiertos. Aparece nuestro amigo Rik y nos patrocina la comida. Volvemos a caminar buscando un sitio abierto, vemos los edificios caídos, muy cerca de casa. La gente que se organiza para dirigir el tráfico y lleguen a tiempo ambulancias, bomberos. Necesito un pan, algo dulce, suave para contener eso que no siento, que está atorado en la garganta y no puedo nombrarlo. Caminamos a Costra, nuestra panadería cerca de casa, está cerrada, no hay luz, pero están regalando el pan.

Al regreso, otro edificio, zonas acordonadas. Nos sentamos con Rik a ver la tele y ahí mi cuerpo no puede más. Me duele la cabeza, tengo náuseas, calor, le escribo a mi doctor Dib Kuri, me pide que me tome la presión, está alta. Me tomo el último Tylex de la caja. Vomito. Las sirenas suenan todo el tiempo. Entiendo que estamos vivos, que somos privilegiados, pero dentro estamos fuera de nuestro centro. No me siento bien. Mi doctor me dice que descanse, que me relaje. Cada vez que cierro los ojos veo la ciudad fragmentada, las personas sacudidas.

Apago la luz, medito una hora y logro que el dolor de cabeza se vuelva pálido. Quiero que ya amanezca. Sigue oscuro. Pongo otra meditación, por fin duermo.

Esta mañana todo es silencio, pienso en los otros, no sé muy bien por dónde o cómo ayudar, acaricio a kidnecito, le prometo cuidarlo, estar en calma por él y para él.

Hoy es 20 de septiembre, hace seis años Ray me daba su riñón, hace un año volaba a Ohio al encuentro de una vida nueva. Así este 20 de septiembre en que despierto y agradezco cada oportunidad para seguir en la vida.

Hoy en honor a la vida haré algo nuevo, algo que le dé un apapacho a mi corazón y un gracias a mi riñón. Temblar es también saberse vivo.

De cuerpo entero

IMG_2685Hoy caminé 10 kilómetros, cada paso, cada respiración agradecí que es día de celebrar que kidnecito y yo llevamos 10 meses juntos. Han sido semanas conmovedoras, de contar esta historia de «coincidencias únicas» como les llama Alvin Roth, de festejar que en México ya existe donde anotarse en una lista para abrirse a la esperanza de encontrar un riñón compatible, caminar de la mano de su donante no compatible hacia el match que cambie vidas.

Hace dos semanas, después de la proyección del documental sobre el Diario de la sed, fui con mi familia a cenar y por primera vez hablamos de los momentos duros durante estos seis años. Podíamos decirlos porque ya eran parte del pasado, sanar nombrando, estaba lista y necesitaba escucharlo para dejarlo ir. Mi mamá me contó cómo atravesó por ese momento cuando le dijeron que el primer trasplante no había salido bien, mi hermana confesó lo duro que fue para ella el tiempo del segundo trasplante cuando esperaban noticias a muchos kilómetros de distancia, mi hermanito, él no nos dijo mucho, pero fue un lujo volver sobre ese tiempo oscuro y darnos luz y abrazarnos. Desde la palabra y desde este verano luminoso, la insuficiencia dejó de ser tabú en las platicas de sobremesa, no había temor ya en estas lágrimas, podíamos nombrarla porque nos sentíamos a salvo.

Esta sensación de verse desde la pantalla también ha sido sobrecogedora, verme y que el primer impulso sea que todas las inseguridades se me cuelguen de los brazos, el vientre, el cuello. Querer tener un cuerpo con menos kilos, unos dientes más parejos, una cara menos redonda, en la siguiente toma me descubro caminando, entera, veo lo que hemos pasado esa piel, esos huesos, esos órganos y yo, entonces descubro la perfección y me gusta más que nunca lo que veo.

Este cuerpo es perfecto, porque es el mío, porque no se rinde, porque ha olvidado el dolor y, aun en las circunstancias más complicadas, supo encontrar en el placer su huida más gozosa. Sonrío y agradezco.

Esta mañana disfruté mis trayectos en el parque, después comí con Nohemí, quien es trasplantada, parte de la cadena mexicana de Nutrición y mi mejor coincidencia en la sala de espera de Urgencias, trajo pastel y fue lindo pasar la tarde hallando lo mucho de su historia que hay en la mía y a la inversa. Hablando de nuestros números, de nuestros quiebres, de los miedos y los triunfos.

Así esta noche, en que vuelvo a acariciar el costado en que kidnecito se arraiga, en que le agradezco su naturaleza nómada, hablo con mi sistema inmune y también le doy las gracias por esa docilidad sensata que me permite no tener tantas gripas pero que deja que el riñón viajero haga de mi vientre su nuevo hogar. 10 meses en que mis donantes, mis médicos, mis enfermeros, la ciencia en combinación con dios, lograron este milagro que siento latir cada segundo. El milagro de pertenecer y seguir estando, de recibir el regalo de ser consciente de cómo se palpa la vida. A la salud de todos los que se han permitido vivir este dar y recibir.

 

La bonita

  
Hoy cumple un año mi sobrina Constanza. Me enteré que venía en camino cuando yo pasaba una larga temporada en el hospital, no fue el mejor escenario, pero estaba segura que la iba a amar tanto como amo a su papá, mi hermano. Lo que más que impresionó cuando la vi en fotos fue su mirada, como si desde la pupila pudiera esculcarlo todo, como si se hiciera con cada tramo a su alrededor desde los ojos. Después vino nuestro primer encuentro, en el puerto, suyo y mío, en el mes que ambas compartimos octubre, pequeñita se acurrucó en mis brazos, dormía en mi pecho, me enganchó a su dulzura y no hubo forma de que pudiera despegarme de ella, quedé completamente adicta.

Estos 12 meses dejaron de contarse por horas para ser contabilizados desde sus idas y venidas a casa, desde las mañanas que al despertar tuve la suerte de estar a su lado, desde los viajes que hemos hecho juntas, desde las veces que se carcajea conmigo, desde sus nuevos gritos que reclaman mi atención. Darle mis brazos para ayudarle a pararse, encontrarla gateando a toda velocidad hacia mis piernas me reconecta con la vida. No hay mayor felicidad que sentir sus mordidas en mi cachete, que darme chance de desbordarme de cursilería cuando pone sus manos, las dos, en mi cara, cuando me mira atenta para repetir con la mayor precisión posible la canción de turno…

Mientras la veo perderse en el laberinto de cajitas y juguetes que hacen de mesa de centro, la descubro ensayando a pararse a mi lado mientras cocino, se me desboca el amor y en sus maneras hallo reflejos de mis hermanos, se desdoblan los recuerdos y me da la nostalgia de sus días chiquitos, esos que como hermana mayor pude ser testigo, ahí está la alegría de Mar, lo intrépido de Rayo y la inteligencia de mi mamá. Constanza tiene lo mejor de cada uno y nos regala ese reconocernos desde la parte más cálida, más luminosa.

Gracias, Constanza, por dejarme saber que estoy a tan solo una mirada de volver a la esencia, por dejarme abrazar a profundidad la creación. La felicidad es saberte aquí, con nosotros, llenando de belleza y asombros, siempre, a este clan.

Adiós Aleph

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A mitad de la sesión, Juan, mi mejor amigo, me habla para avisarme de la muerte de Aleph, uno de esos afectos entrañables, excelente músico, cómplice de esos años junto al mar. La presión se va al piso, presiento un llanto que no llega. Escribo para no extraviar las imágenes, para anclar esos instantes en que Aleph era uno con nosotros.

I
Dentro de mí suena «Con ron fundamos Roma, a orillas de la madrugada… Con ron ronroneamos como gatos aunque somos hijos de loba…», cantábamos y bordeábamos el Golfo de México, la noche era apenas una provocación. Ali, Mauricio, Juan, Oscar, Maricarmen Mújica y Aleph.

II
Lo conocí antes de irnos a Xalapa, él era parte de un coro, la primera vez que lo vi fue en el Museo de la Ciudad. Me impresionó su sonrisa, su humor y su amor a la música.

III
Un día quedamos de viajar juntos al DF, nuestro autobús salía a las 6 de la mañana. Los dos estudiábamos, no me desperté, él llegó a tocar en mi departamento, porque temió que yo no llegara, me vestí en tres minutos y fuimos los últimos en subir, nos quedamos en casa de su papá. De nuevo, su sonrisa.

III
Yo desembarqué primero en Xalapa y antes de que él se mudara, muchas noches se quedó en mi primer departamento, con Ali, Juan y Mauricio. Una madrugada llegó a buscarme, pero yo estaba en el puerto. Tocó tan fuerte, que mi casero que vivía arriba salió pistola en mano, Aleph corrió, no sabíamos que era más peligroso si correr por esa calle casi vertical y húmeda, típica de Xalapa, o la furia del casero.

IV
Su cercanía cuando vimos Naranja mecánica como si fuera la primera vez.

V
Su saco sobre mis hombros un primero de enero, mientras estrenábamos año de la mano de la guitarra de Mauricio y el sol sin asomarse del todo entre la isla de Sacrificios y la salida del pulpo.

VI
La última conversación que tuvimos, él preguntaba por mi salud, yo le escribía que no pasaba demasiado.

VII
El silencio cuando supe que estaba en el hospital, la certeza equívoca de que podría decirle lo mucho que lo quería la siguiente vez que lo viera.

VIII
No hay fotos. Me queda tu música y las palabras con que construyo mecanismos para que no te me fugues del todo.

IX
Tomo un fragmento de poema de La sed de lo perdido de Eliseo Diego. Ahí te arropo y me acurruco. Buen viaje, Aleph.

Insomnio

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Hace días que no duermo bien, anoche suenan muchas sirenas alrededor, algo ha sido vulnerado, los sentidos avisan de un equilibrio roto, los muros están desbordados de imágenes de agresiones que no hay cómo procesar. Es como estar dentro de un escáner, donde el sonido metálico solo nos hace pensar en resultados oscuros. Esta vez el cuerpo está al margen, el miedo viene de algo más grande, un monstruo mayor.

He aprendido a lidiar con los altibajos de la insuficiencia pero esta fragilidad que me fortalece cambia de bando en estos días espesos, confusos, donde el país se palpa inquieto, al límite, y hace que el estómago se descomponga.

Así este domingo, donde lo único que puedo hacer es prometerme no perder los valores esenciales, no extraviar la brújula y perder de vista que mi responsabilidad es cuidarme, no olvidar que cuando las aguas están revueltas debo volver a mi centro y desde ahí hallar razones y formas de encontrar la paz, encontrar maneras de darle luz al corazón aún cuando la oscuridad vaya ganando terreno.

Hoy me impongo la tarea de encontrar algo pequeñito y sencillo que me obligue a acariciar la felicidad para que el sueño regrese.