Fin de década

2010 fue el último año en que viví ajena al pulso de los riñones, su funcionamiento equívoco apenas eran un fantasma. En diciembre de hace 10 años el mundo como lo conocía empezó a reinventarse, aparecieron deseos, espacios, todos nuevos y en aquel entonces decidí hacer mi viaje anual a Francia sola, necesitaba encontrar algo, una voz, una señal, algo que me dijera qué seguía. Me quedé varios días inmóvil porque nevaba, no había trasporte y mi ritual consistía en beber té, comer pan con mermelada y mandarinas, mientras subía y bajaba por Montmartre, en una meditación con aire helado y escritura. Estuve poco más de un mes, en ese entonces ignoraba que los viajes largos quedarían suspendidos, que todo eso que me acompañaba estaría prohibido. Era el tiempo de soñar con inundaciones, los calambres aún no aparecían.

Volví a Francia en el primer viaje después del trasplante, hice un homenaje a Kidnecito frente al mar de Niza, pero temía a París. Recuerdo que en los momentos más complejos del proceso médico le decía a mi amiga Elba que cuando ya no pudiera más tomaría un avión y me iría a París, creerlo me regalaba un escape mental que me salvó más de una vez. Así que de alguna manera quedó asociado a una especie de final.

Este 2019 ha sido de movimiento intenso y en esas sacudidas se gestó este viaje, el último, que pasaba por un París otra vez paralizado, lo decidimos sin mucho análisis de por medio, pero ya ahí, empezaron las pesadillas, el temor más grande perder lo que ya se tiene. Tener presente cuerpo adentro que lo conseguido puede desaparecer.

Quizá porque este año me enseño que no estoy a salvo del volver al hospital, tal vez porque tuve que tomar la decisión de dejar un trabajo que disfrutaba para que mi riñón estuviera mejor cuidado, tal vez porque me dieron susto los episodios médicos, fue que me lancé al extremo y ha sido uno de los periodos con más viajes, encuentros, disfrute y amigos.

Me costó trabajo hallar espacio para la escritura porque la efervescencia se me fue acumulando y así me cuesta ir delineando lo que pasa. Este fue el tiempo de los amores e historias renales, de ir al sur para hallarnos, de vivir dos otoños y dos primaveras. De tener el privilegio de conectar y confiar en que lo mejor es lo que ya está sucediendo.

Esta ha sido la década de reconocerme, de reconectarme, de renacer. De vivir mil vidas en cada despertar, de no caminar y caminar también, de respetar la soledad y la compañía.

Confío en que este 2020 que ya asoma, número espejo, número abierto a las infinitas posibilidades, traiga toda la poesía, la salud y el arrojo y la aventura con que lo espero. Que sea un año perfecto para que los match renales sigan y se perpetúen los riñones sanos por toda la década. Que la sed sea de estar felices y plenos.

Gracias 2019 por tu esencia nómada, por enseñarme a ser dócil y desde ahí habitar los cambios. Y sobre todo por recordarme la libertad que hay en ser plantado y la coherencia de las contradicciones 😉

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